Retrato de una Sociedad Perfeccionista

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Hoy voy a escribir con las venas y el corazón, porque hablaré de un tema actual pero desde la cercana vivencia del mismo, en ambos lugares: como sujeto activo y como sujeto pasivo de este tema llamado el perfeccionismo.

Resulta que estoy en mi segunda carrera universitaria, estudiándola en la ciudad de Santa Fe, Argentina (Universidad Nacional del Litoral), una universidad pública excelente y de alto prestigio en estas latitudes. La carrera que me encuentro estudiando, a diferencia de la primera que estudié (ciencias económicas) es por puro gusto, por amor al arte como dicen, pero en mi caso, por amor a la sabiduría: filosofía.
Arranqué en mayo de 2012, comenzado el año, así que me subí al tren andando y terminando ese año ya había aprobado tres materias de primer año. Hoy hace 2 años y 7 meses exactamente que ingresé y ya aprobé todas las seis materias de primer año, más dos anuales de segundo año (filosofía medieval y latín II) más dos idiomas modernos anuales de tercer y cuarto año que rendí en carácter libre (italiano I e italiano II, aprovechando que ya lo había estudiado durante los 7 años anteriores).

Luego, debido a mi ámbito laboral nuevo en el cual me comencé a dedicar a la investigación (autogestionada), la comunicación en sus modos radial, escrita y conferencias y talleres rentados (para sustentarme), la carrera de filosofía pasó a ser una parte más de mi vida, pero no ella completa. Aunque la pasión por la sabiduría es mi vida, lo reconozco, y lo separo de lo que significa el estudio académico de una carrera universitaria donde hay contenidos y modos de evaluación a los que someternos.

En esta época de mi vida, a mis 29 años, he pasado por ya varias crisis existenciales dentro de lo cual descubrí que tenía una personalidad extremadamente perfeccionista lo cual aplicado a mí mismo lograba el sentir que jamás hacía nada bien. Sperfeccionismoiempre me faltaba algo. Me llevó mucho aceptarme y decir: tengo algo bueno para dar al mundo. Y ese tengo algo bueno, es simplemente eso: lo que hay es bueno, no es mejor o peor que nadie, simplemente es lo que hay, y lo que hay es lo que soy, y por ende es bueno (ya que es lo único que hay). Este gran paso lo di el año pasado en agosto de 2013 cuando me dije: Martín es hora de dar lo que tenés al mundo, no importa como sea, dalo!. Y así arranqué a dar talleres de economía consciente (algo que venía investigando hace por lo menos 3 años antes sin contar los 7 años de carrera relacionada al tema) y jamás hubiera imaginado que terminaría, entre otras cosas, habiendo publicado mi primer libro (Economía Cósmica, en noviembre de este año y disponible gratuitamente antes de navidad en http://www.martintraverso.org), escribiendo ya el 6to artículo mensual para medios en internet (este artículo por ejemplo), que habría viajado a dos países del exterior a dar conferencias y talleres (España en noviembre de 2013 y Brasil en marzo de 2014), que habría dado muchos talleres dentro de Argentina y conferencias inéditas (cuyos videos están en internet) e iría ya el lunes próximo por mi programa de radio online número 38 (habiendo arrancado en abril de 2014 en Mantra FM).Martín  Traverso-Octubre (13) Sí, todo eso pasó por sólo uno y sólo un motivo: haber salido de la pasividad de mi perfeccionismo, que me llevaba a pensar que siempre me faltaba medio para el peso  y que “tal vez el día que además tuviera el título de filosofía”, o tal vez “el día que quizás hubiera publicado mi primer libro” y un sinfín de situaciones perfeccionistas que me llevaban a pensar: lo que tenés, es poco… no sirve. No obstante, cuando vi esa ilusión, sentí romper el cascarón y salir, con mucho miedo, adrenalina, pero fui viendo al andar la ilusión y la cárcel que había significado para mi Ser el hecho de haber permanecido en esa inamovilidad.
Y hoy amigos, experimenté el lado contrario: pude sentir lo que es ser juzgado por el perfeccionismo que hemos aprendido, con el cual hemos sido educados. Experimenté la humillación que presentándome como filósofo ante la sociedad en la actualidad públicamente en internet (lo cual me llevó mucha reflexión previa para hacerlo), fui a rendir por segunda vez (fue el único aplazo hasta el momento) una materia troncal de la filosofía: metafísica. ¿Y saben qué? Fui aplazado. Y por segunda vez además.

Si alguno quisiera escuchar mi examen completo (que me fue permitido grabar con el consentimiento de la profesora), pueden accederlo en este link:  Audio de mi examen aplazado de filosofía

91745128_1Los sentimientos posteriores fueron: la frustración, un enojo y tristeza mezclados en uno como un sabor amargo que no se puede tragar. La sensación de haber sido ninguneado, de no saber nada, de ser un ignorante. Y muchas cosas más. Entonces decidí grabarme un audio a modo de catarsis y reflexión llegando a las siguientes conclusiones:

Hoy he visto al perfeccionismo desde la vereda de enfrente. Perfeccionismo que tan bien conozco y del cual tanto me ha costado salir (o me cuesta, cuando aún lo suelo observar en mi a veces). Ese perfeccionismo se manifestó en la educación universitaria hoy, en el sentarme en el sillón de los acusados como estudiante a exponer lo que sabía. Empecé feliz como un niño que iba a hablar de un tema muy difícil que nadie se anima a preparar en filosofía: la metafísica de Hegel. Pero poco a poco la sonrisa se me fue desdibujando cuando al minuto 28 de mi examen comienzo a ver que mi saber resultó insuficiente, ya no con Hegel, sino ante la ametralladora de preguntas específicas y puntuales de tantos contenidos que ignoraba (como ser: que significa “contingencia” en Hartmann, o cuales son las tres ciencias que habla Aristóteles en tal capítulo de tal libro, o que dice la proposición XI de Spinoza o bien cuáles son las cuatro categorías de Kant, etc).

Mi entusiasmo se fue apagando, comencé a sentir ganas de llorar pero las disimulé. Veía a la profesora gigante, como en los dibujitos animados, a un juez en una silla muy alta que me miraba desde arriba y yo chiquitito debajo.juez-peluca Terminé aplazado y justamente. Porque todas y cada una de las preguntas correspondían a contenidos de la materia, y tenían que ver con lo que me faltaba. Es decir, 28 minutos de Hegel expuesto de manera original no fueron suficientes, sino que con 7 u 8 minutos más de preguntas específicas fue suficiente para descartarme.  Y el motivo: no llegué al estándar ideal de saber, para esa materia para esa profesora de esa universidad.
Allí comprendí que lo que me ocurrió no fue personal, no fue que ella me tenía rabia y por eso me aplazó. Sino que recibí la calificación racional, idealista y perfeccionista que impera en nuestras sociedades que clasifican de manera binaria (normal-anormal, aprobado-aplazado, etc) a las personas en función de que cumple o no un estándar normal, cuestión que la estudió Michel Foucault (en Vigilar y Castigar, 1975) denominando a nuestras sociedades como sociedades disciplinarias.
En fin, sentí que mi fracaso de hoy, se transformó en un éxito al poder aceptarlo, el poder contarlo y trascenderlo a modo de aprendizaje y sin caer en un papel de víctima, sino comprendiendo nuestra visión del mundo mecanicista-racionalista-idealista-perfeccionista actual que vemos tan bien plasmada en la educación (estándar normal de estudiante), pero también en el trabajo (ideal de trabajador), en las familias (ideal de padre, madre, etc), en las parejas, etc.
Hoy siento que aprobé una materia: considerar que no existen los fracasos, no existen los errores, sino sólo pasos de aprendizaje.

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Espero que este aprendizaje en carne viva, te ayude a salir de tu perfeccionismo y tener compasión por el perfeccionismo de los demás y a recordar que todos somos estudiantes… de la vida.

Historia de un fracaso: Audio de la reflexión que hice luego del aplazo

Martín Traverso